Enredos sobre la pesquisa ordenada por algunos integrantes de la Asamblea del año XIII sobre la extraña muerte de Mariano Moreno
Horacio A. López y Pablo Marrero
Prólogo de Vicente Battista
Buenos Aires, abril de 2013
218 páginas. 23 x 14 cm
ISBN 978-987-1709-22-9
El
presagio de los guantes negros es una novela que bien podría
inscribirse en el denominado género policial. Se trata de la investigación de
un supuesto crimen y será Genaro Landucci, un napolitano violinista, quien
asumirá el papel de investigador. La víctima en este caso es Mariano Moreno
quien, como nos supieron enseñar en la escuela primaria, murió en alta mar, a
bordo de la goleta inglesa Fame,
cuando se dirigía a Gran Bretaña en misión oficial. Esa muerte desde el mismo
instante en que se produjo presentó un enigma. Tomás Guido y Manuel Moreno,
hermano de Mariano, iban en el Fame
en calidad de secretarios y acompañantes; ambos declararon que a la víctima se
le suministró antimonio y tartrato de potasio, un vomitivo que normalmente se
administraba en aquellos viajes que proporcionado en exceso resultaba fatal. La
sobredosis habría sido provocada por el capitán de la goleta; él sería el
ejecutor, pero ¿quién fue el autor intelectual del crimen?
Las sospechas de inmediato cayeron sobre
Cornelio Saavedra.
La historia oficial borró esa conjetura. Si
bien es cierto que Moreno y Saavedra encarnaban dos corrientes opuestas en el
interior de la Primera Junta, también es cierto que para Saavedra, Moreno era
un adversario derrotado; al enviarlo como delegado oficial a Gran Bretaña había
logrado quitarlo del campo de acción, no había motivos para ordenar su muerte.
Otra posibilidad es que la orden hubiera surgido desde la diplomacia inglesa.
La historia oficial también le quitó méritos a esa sospecha: sostuvo que
Mariano Moreno no era un enemigo de los planes británicos en el Río de la
Plata. Un asesinato sin un móvil evidente comienza a transformarse en un crimen
perfecto. Horacio A. López y Pablo Marrero en El presagio de los guantes negros se proponen resolver ese enigma.
Vicente Battista